Los pedacitos de Ana


Era un lunes por la mañana cuando las cosquillas se deslizaron por su oreja, para luego caminar sobre sus hombros y descender hacia la columna.

Si Ana les hubiera puesto atención, habría visto un ejército de ideas que marchaba en retirada.

Estaban listas para encontrarse con el viento.

Recorrían su piel con total seriedad, conquistando lunares y olvidando cicatrices.

Querían atrapar el grito que nace en la montaña.

Aferrarse al vuelo del zopilote.

Confundirse entre la arena y avanzar al mar.

Soñaban con explosiones nocturnas y cuerpos chocando entre las nubes. Estaban listas para sentarse entre el ruido y correr hacia nuevas pieles.

Las cosquillas siguieron el mapa. Rodaron por la cadera y luego pasaron entre las rodillas.

Un hormigueo disimulado por zancudos insistentes les permitió continuar su camino y llegar hasta los tobillos.

A continuación, desfilaron hacia el suelo y saltaron para diluirse entre las sombras.

Los pedacitos de Ana flotaban entre los gritos de la plaza.

Ella se quedó en blanco.

Ahora que por fin se había quedado vacía, Ana estaba lista para reiniciar.

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