Ella era conocida por la sazón de sus guisos y los deliciosos postres que consentían el paladar de tres niños. Durante más de una década ella trabajó en la casa de una familia dentro del promedio de la normalidad. Los padres salían a trabajar y los niños se quedaban estudiando y retozando en casa. En las reuniones familiares nunca falta quien la recuerde entre carcajadas y añoranzas. Ese es el efecto que la nostalgia causa en los recuerdos. Las fotografías siempre muestran los momentos felices.
Miriam cruzaba la calle todas las noches para llegar a la caseta del parque, donde vivía con el guardia de la colonia en la zona 7. Ignacio regresaba de las rondas nocturnas y ambos construían castillos antes de salir a la realidad del día siguiente. Dicen las señoras del barrio que don Ignacio sí era un vigilante completo y derecho. No se le pasaba ni un solo ladrón. No es como en estos tiempos, que los guardias hasta son amigos de los criminales y los dejan entrar a cualquier colonia.
Tanta efectividad no le dio a Ignacio la capacidad de ser invencible. Una tarde una persona alarmada llegó a tocar el timbre. Al guardia lo habían atacado en un callejón hasta matarlo. Aunque mi abuela quiso ser discreta, Miriam logró escuchar la noticia. En un segundo su mundo se puso de cabeza y la vida como la conocía se terminó. Las lágrimas no tardaron en salir junto con los gritos de dolor que mi abuela trataba de contener. Después del sepelio Miriam no volvió a ser la misma. Los niños que estaban bajo su cuidado crecieron e irremediablemente dejaron el hogar.
Cuando cumplí quince años recibí un regalo de su parte que consistía en cremas, polvos y perfumes. Recuerdo que la etiqueta era azul y el aroma no estaba nada mal. Siempre preguntaba por mi cuando veía a mi abuela o la llamaba por teléfono. Debido a que crecí escuchando su nombre en las reuniones familiares, no se me hizo nada extraño que me enviara un obsequio. Lo relacioné con la estrecha relación que entabló con mi mamá y sus hermanos. Creo que mi afecto por ella surgió a través de las historias que contaban mis tíos. Además, ella se encargó de cuidarme cuando era bebé mientras mis papás hacían malabares entre la universidad y el trabajo. Han pasado veinticuatro años desde aquellos días en los que mi mamá pasaba a dejarme a la casa de los abuelos para que Miriam me cuidara.
Pero había un detalle que yo ignoraba. Hace unos días llamó mi abuela justo cuando empezaba a ver Charada. Es mi última adquisición fílmica y pertenece a la lista “clásico/fashion/audreyhepburn/comedia”. Le puse pausa al dvd para conversar con ella y contarle lo que habíamos hecho para la cena de Año Nuevo. Luego me pidió hablar con mi mamá y, como no estaba, me contó a mí la noticia. “Probablemente no sepas quien es ella”, fueron las primeras palabras con las que empezaba el enunciado. Al escuchar su nombre fue como si decenas de historias se presentaran vívidas frente a mis ojos. La imagen de las cremas Aquarium fue la primera en llegar. Un malestar en el estómago la tomó por sorpresa y posiblemente fue causado por un cáncer no detectado a tiempo. Mi abuela no tenía toda la información médica pero sí una certeza. Miriam había muerto en las vísperas navideñas.
Un silencio antecedió a la historia de Miriam, según la recordaba mi abuela. Yo ya sabía que era una excelente cocinera y que había sido la novia de un jardinero. “También le encantaba cuidarte. Ella me dijo que habías sido su salvación”, añadió. Lo que yo no sabía era que a Ignacio lo mataron poco antes de que yo naciera y Miriam entró en una gran depresión. Un día llegó mi mamá a pedirle que me cuidara por las mañanas y ella rápidamente aceptó. Me cargaba en su espalda mientras limpiaba la casa, jugaba y sonreía conmigo. Miriam le explicó una vez a mi abuelita que yo había sido su salvación porque se encontraba en un momento muy difícil de su vida. Al pasar la mayor parte del día con una nena, se distraía y poco a poco salía de la depresión.
La conversación terminó con una reflexión sobre la vida y la urgente necesidad de disfrutarla. De decirle a tus seres queridos cuanto los quieres. “Yo también te quiero mucho abuelita”. Colgamos.
Quise retomar la película y luchar contra un cúmulo de sensaciones que venían e iban. Mis papás llegaron a los pocos minutos y le conté a mi mamá. Ya, sin pena. Dejé caer unas lágrimas y ellos comenzaron a contarme la historia de Miriam, según la recordaban. La película siguió en el televisor pero no le puse atención.
EXCELENTE TU HISTORIA, ME HIZO RECORDAR PASAJES DE HACE 24 AÑOS, TODO LO QUE UNO HA VIVIDO COMO QUE SE VA QUEDANDO EN LA BRUMA Y VA DESAPARECIENDO POCO A POCO, GRACIAS POR HABERLE DADO LA LUZ DEL RECUERDO.
ResponderEliminarTE QUIERE: TU ABUELITO