Hay pequeños momentos del día en los que puedo aprovechar para regocijarme en una taza de café. Son paréntesis necesarios para alejarme del cubículo y abastecerme de cafeína. Cuando tengo tiempo y no estoy tan atareada, aprovecho para observar la ciudad desde el balcón. Hay una gran eme amarilla que se me figura como un oasis urbano. Se siente bien estar así. Es como cuando en el concierto de Calamaro tuve la certeza de estar completa. En una buena etapa de mi vida.
Veamos. Estoy a punto de terminar la fase de clases universitarias y pasar a la de la tesis. Hay algo por ahí registrado a mi nombre, por lo que si me rigiera por los preceptos consumistas todo marcharía bien.
Una voz interna me reiteró que todo estaba bien. Sí. Pero por qué es tan difícil creerlo. En el siguiente sorbo cafeinico pensé en ti/él/usted. Mandé mis mejores energías y luego solté el pensamiento. Pero regresó. Continué jugando con ese boomerang emocional cuando encontré un post en un blog que suelo visitar a menudo (link). Hasta escribí un cuento breve antes de ceder al impulso para coger el teléfono. Luego quise seguir escribiendo y heme aquí. Tratando de ordenar mis ideas en medio de una sala de redacción por la que se cuela un viento frío. Quiero buscar la respuesta a la primer duda que me atacó cuando fui por mi café. Al igual que ese post que acabo de leer, yo también quiero saber:
“¿por qué tendría que jodernos más una persona desconocida que está con alguien a quien no queremos?, y segundo ¿necesitamos tener a alguien al lado para sentir que somos realmente alguien?”
Es tremendamente jodido. De qué se trata la vida si no es para compartirla. Por qué cuando dicen que tengas paciencia, eso es lo que menos tienes. Si yo me siento bien, entonces porque se jode la noche cuando ves a ese individuo de la mano con alguien más. Y si a esas vamos, por que aferrarse a buscar con quien más puedes ir a una fiesta. La pregunta ¿Y sola vas a ir? No debería herir susceptibilidades. ¿O sí?
Recuerdo cuando tenía quince años y tuve una pareja con la que no duramos más allá de algunas semanas. Todo fue color de rosa al principio, luego nos hicimos novios y todo se vino abajo. A las semanas lo vi caminando con otra patojita, quien por cierto nunca me cayó bien. Mi pequeño gran mundo adolescente se partió en pedacitos indignados, ofendidos y tristes. Pero ahí estaba mi querida W para apoyarme y salir corriendo por el parque.
Los años han pasado y la situación prácticamente sigue siendo la misma. Creo que a eso se refieren cuando nos dicen que eso también es la vida. Ya sea desde la experiencia añejada o la de quienes empezamos a vivir. El orgullo se ve herido, la autoestima se desinfla un poco y los apelativos empiezan a surgir. En ese mundito adolescente todo se reducía a tragedias juveniles que no miraban la situación más allá del vaso lleno. A veces con treinta, veinte o 42 años encima podemos caer en ese mismo error. Al estilo de La Boda de mi Mejor Amigo nos aferramos a historias, promesas y personas por temor a reconocernos frente al espejo sin nadie al lado.
Uno escoge cómo quiere sentirse. Si es una cuestión de decisión, entonces por qué caemos en el drama. En las victimizaciones y no soltamos aquello que nos hace tanto daño.
Quizá sea más cómodo refugiarnos en dolores pasados. Las heridas abiertas también cortan. Quizá es muy difícil reconstruirnos y ante ese posible terremoto sea mejor quedarnos en una zona de confort costumbrista y a salvo de nosotros mismos. Enfrentar nuestras debilidades y reconocernos como personas no es tarea fácil. Definirnos por quien estamos o nos hace falta, en vez de por lo que somos es un error táctico y fatal.
De ahí que cuando llegues a una barra y te sientes sola con una cerveza a esperar a alguien o simplemente porque te ronca la gana de pasar y beber algo, haya ciertas personas que te tachen de buscona u solitaria. De ahí que prefieras llegar con cualquier amigo o acompañante para que no digan nada tus amigas.
Las respuestas no vendrán en un libro para Doomies y mucho menos en una galleta de la fortuna. Supongo que al caernos y salir de ese confort es cuando empezamos a darnos cuenta de las cosas. No deberíamos tenerle miedo al bienestar que viene cuando estamos solos. Esos momentos de descubrimiento y convivencia unipersonal son necesarios. Sirven para detectar el momento adecuado en el que podemos abrirnos y estar con un “nuevo” alguien más. Porque nosotros estamos bien. No se trata de cerrarnos por completo a opciones diferentes, aferrarnos al pasado o a un presente infeliz.
Tampoco deberíamos basarlo todo en un estatus que depende de la compañía. Si esta llegara a faltar y descubrimos que nuestro mundo se enfoca a una relación, no estamos en el camino correcto. Esa es la señal de alarma que nos indica que hemos necesitado tener a alguien a nuestro lado para definirnos como personas. En vez de escoger compartir parte de tu vida con alguien más, has volcado toda tu existencia sin construir una historia personal.
Quizá la encrucijada se reduce al valor. Asumir, respirar profundo y decidir que es hora de buscar nuestra propia felicidad. Sin que esta dependa de convencionalismos, heridas viejas, temores internos y oídos sordos. Ir desamarrando esas ataduras al pasado o a un presente que no va a ningún lado. Sonreír con cada sorbo de café lleno de incertidumbre y poco a poco asegurar cada ladrillo para construir un nuevo lugar acorde a los únicos principios que de verdad importan. Los personales.
Luego, terminar la taza de café y asumir las consecuencias buenas o malas de esa nueva construcción...
G U A U ! Sentí que me lo estabas diciendo a mi como amiga de años que conoce de todas mis idas y venidas. Te confieso que este escrito me ha ayudado muchísimo mas que varias sesiones te terapia y te quiero mandar (quien quiera que seas, donde quiera que estes)un abrazo de agradecimiento, porque siento que me dí cuenta la piedra que cargaba sobre la espalda y finalmente la pude tirar. Gracias!
ResponderEliminarpaso a pasito... uno a la derecha, otro a la izquierda. ´Reflexiones de cafecito.
ResponderEliminarHola Anna,
ResponderEliminarMe emocionó mucho leer tu comentario. Me alegra que te haya ayudado y te mando un fuerte abrazo de vuelta.
A veces pasa, que no nos damos cuenta de lo que estamos llevando a cuestas. Que bueno que tu piedra ha quedado atrás!
Sí David, paso a pasito... Abrazo!