Hay mañanas en las que tu ausencia es más profunda.
Hoy me siento recorrida por tu fantasma. El calor de tus abrazos pasa desapercibido en la cola del banco. Intento distraerme para no pensarte. Entretenerme para no aguantarte. Los libros de bolsillo están hechos justo para estas emergencias pero olvidé el mío en el carro. Después de lamentarme el instinto me obliga a observar a una señora y su paraguas. A una nena y su tedio. Al abuelo y su mochila azul descosida. Busco una daga para el recuerdo. Un código alternativo para darle ctrl+alt+delete al corazón. Una voz femenina me indica que es mi turno para avanzar a la ventanilla siete.
Bajo el sol de medio día hay un señor que cayó de la cornisa. Al principio pensé que era algún bolito que había escogido ese punto como el idóneo para pasar la tarde. Pero conforme me acerco, me percato de que en realidad es un constructor que sufre horriblemente. Hay borbotones carmesí que fluyen a su alrededor sin parar.
Justo sobre esta misma banqueta caminamos juntos hace algunas semanas. ¿Te acordas? Me agarrabas de la mano y reíamos juntos. Pero ahora el albañil piensa en su esposa e implora ayuda. Lo que él no sabe es que cuando hay una emergencia los bomberos están en su hora de almuerzo. Trato de llamar a alguna ambulancia pero nadie contesta. Algunos peatones también detienen su marcha para observar o pedir ayuda. El reloj me indica que debo apresurarme para cumplir con una reunión-almuerzo.
Una silueta se dibuja en la silla a mi derecha. Saludo a tu espectro en el mismo restaurante donde nos encontramos antes de amarnos. Una mueca de sonrisa antecede al suspiro. Hoy tu ausencia visita mis poros. Es un día vacío y no te das cuenta.
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