El reflejo en el umbral, parte VII (la 6 esta antes de este post)


Toda suerte de reflexiones, recriminaciones, justificaciones, culpabilidades, interrogaciones y demás, se repitieron constantemente en los días siguientes, provocando una crisis que degeneraría en una esquizofrenia sin diagnosticar. Y es que la montaña rusa emocional era tan repentina, que justo cuando crecía la esperanza de amanecer mejor y dejar de amarla, aparecía su recuerdo y lo próximo era postrarte en el sofá, ahogarte en lágrimas de alcohol y jurar venganza.

Al día siguiente destruías todos los planes y reconstruías unos con cimientos de ilusión, soñando con un reencuentro casual pero planeado. Es el destino, le dirías. No hay duda, alguien allá arriba nos quiere juntos. Por eso, reemprendías tu búsqueda y frecuentabas los mismos bares, las reuniones de exalumnos del colegio o leías minuciosamente cada noticia, buscando cualquier indicio que te llevara hacia ella. El último recurso lo conformaron las esquelas, los chats cibernéticos y por supuesto, Myspace, Hi5 y Facebook.

El primero en ser agotado fue la llamada telefónica. Tanto en la cárcel como en cualquier emergencia y en esta situación, sólo tienes una llamada y tú la agotaste a los pocos días.
¿Por qué sólo una? Pues porque si no, entonces sería obvio que ese interlocutor silente eres tú y que solo llamas para ilusionarte con el sonido que da el tono del teléfono público. Pero no te atreves a hablarle para no reventar la burbuja y sentir el rechazo en su mayor expresión. Recuerda, posees sólo y únicamente una llamada. De lo contrario, cruzarías el borde que te separa de los acechadores que llevan una orden de restricción atravesada en el pecho.

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