Hay algo de masoquista en el hecho de madrugar y subirte al automóvil para reunirte con otros cientos de carros que invadieron la autopista en las primeras horas del lunes. Todos tomaron las mismas precauciones y atajos iguales para luego contagiarse con la desesperación exacerbada por las bocinas de aquellos que se levantaron 15 minutos más temprano. Ni modo. “Hácele huevos mano”.
Sintonizas varias emisoras en búsqueda de aquella que se salga de la rutina noticiosa-musical. Sin resultados. Todas anuncian los mismos detergentes, compañías telefónicas, promociones, canciones y una que otra intervención de los locutores de turno.
Extrañas tu antiguo radio, el cual ahora podría estar instalado en cualquier automóvil del país, odias a los hijos de puta que violentaron tu carro y te resignas al aparato que tu bolsillo pudo costear. Oprimes con desidia el botón ¨On/Off¨ del walkman. Por medio del espejo retrovisor observas que los carros detrás de ti son incontables. Hasta el infinito y más allá.
Llegaste diez minutos tarde a la oficina pero afortunadamente nadie lo notó y tu fama de oficinista puntual continúa intachable. El escritorio sostiene una pila de hojas con instrucciones para reparar algunas fallas en las computadoras de la red. Un largo suspiro antecede al inicio de tus labores.
La revisión del sistema será finalizada cuando regreses de tu hora de almuerzo. La comida de la cafetería de la empresa es fea pero este es el único lugar decente que no demanda mayor esfuerzo. El resto de comedores quedan muy lejos, son más caros y el aseo de sus instalaciones deja mucho que desear.
Hace cuatro años, durante los primeros días laborales, trataste de ser parte de cualquiera de los distintos grupos de amigos-compañeros de trabajo, pero el intento fue abortado luego de algunas semanas.
Es así como desde hace mil cuatrocientos sesenta días finges leer los periódicos mientras almuerzas, pero lo que en realidad haces es buscar en cada página algún indicio que te ayude a encontrar a Laura.
Los recuerdos que reviven los momentos de amor más felices han adquirido un tono mate
Una señorita interrumpe tu soledad para preguntarte si puede ocupar el lugar libre en tu mesa. Asientes con la cabeza, al mismo tiempo que mueves el periódico que leías con interés disimulado.
Breves frases de la plática que ella inicia por su cuenta se almacenan en tu memoria:
¨Mi nombre es Sara. Vivo cerca del Sector B83… Las manzanas de la cafetería se ven sabrosas… Usted qué opina sobre…¨
Cuatro horas han pasado desde que conociste a Sara. Percibes algo que llama tu atención hacia ella. Observas cómo clasifica y guarda los papeles en tres carpetas rosadas, sale de su cubículo, se dirige al elevador y luego se pierde detrás de la puerta metálica. Tu rutina se quebró.
Regresar al apartamento fue una meta difícil de alcanzar. Conducir se tornó un acto insignificante en el que mecánicamente avanzas hacia tu destino. Poco conoces a los cinco vecinos mentales pero ellos son tu única compañía. Conversas con ellos sobre Sara pero tras algunos minutos te das cuenta que ella no les simpatiza y cambias el tema de conversación.
La monotonía diaria ha variado un poco gracias a las ocasionales visitas que Sara hace hacia tu cubículo o a la hora de almuerzo. Los periódicos han perdido protagonismo frente a los debates triviales que ella sostiene contigo mientras degustan de una pasta rancia o un estofado excesivamente salado. Las moscas que revolotean insistentemente para probar un sorbo de la limonada, que guardan los vasos de duroport, hasta suspiran enamoradas de las cursilerías que comienzas a sentir por Sara.
A veces dudas sobre la veracidad de las nuevas emociones y el súbito interés de ella sobre tu enigmática personalidad. Pero las dudas pronto son borradas por la sonrisa que furtivamente te dedica al despedirse y perderse nuevamente detrás del elevador.
Los sueños tornasol pronto son reemplazados por la gama verde, que te recuerda a los ojos de Sara, su guardarropa y su extraña tendencia ecofriendly por salvar el mundo. El murmullo de tus vecinos mentales interrumpe tus sueños pero la voluntad por ignorarlos es más fuerte que sus insultos hacia Sara.
Ignoras que Sara esta en estos momentos luchando por conciliar el sueño. Intento que ella misma sabotea, pues prefiere perderse en el recuerdo de tu voz. La memoria ha cobrado la función de un editor de video digital, en el que las escenas mentales son rebobinadas una y otra vez para revivirlas al antojo de Sara.
Fotos: Retrovisor: Lunatikam > Green: Photobucket Hayley and Katie
Primera parte aquí: (link)
Continuación aquí: (link)
guau, usted es una maestra de la monotonía
ResponderEliminarBuena historia! Me quedo esperando la tercera parte.
ResponderEliminarGracias por sus comentarios! La tercera parte está saliendo del horno y pronto la subiré. También acepto sugerencias, pero de nuevo gracias!
ResponderEliminarSaludos =)