Una mañana con Jorge

Franquear el campo minado por el orgullo, pero sin dejarse vencer por la desesperanza forma parte de la batalla constante de un niño de 8 años. Él carga al costado con la responsabilidad de alimentar a sus hermanos y ayudar a su abuelo.
La vergüenza debe ser vencida para que la mano derecha acompañe a la misma letanía ante distintas personas: “¿No tiene un quetzal que me regale?”.
A veces la respuesta va implícita en la pregunta…
Los interrogados lo ven con antipatía, alegando que hoy es feriado, y que NO, NO tenemos nada. ANDATE patojo.
El mismo ejercicio se repite sin desmayar, hasta que algunas personas reaccionan ante el pequeño Jorge, notan la ropita descosida por el uso, las manos llenas de suciedad y un leve brillo de esperanza en su mirada.
“Hoy me fue bien… Encontré este canasto tirado y tuve una buena idea! Con lo que junte voy a comprar dulces para ponerlos en el canasto y venderlos para ayudar a mi abuelo… Se va poner bien contento”, comenta Jorge mientras observa el hallazgo que guarda en su costal celeste.
Los guardias del restaurante se acercan hacia Jorge para sacarlo de las instalaciones y así, los comensales puedan seguir disfrutando sus alimentos.
Èl únicamente ha desayunado una granizada que le regaló una señora.
Joreg, ajeno a todo esto, pasa de mesa en mesa extendiendo su mano para recibir insultos y de vez en cuando un quetzal.
Jorge sólo tiene un amigo porque los demás son una mala influencia.
Su mejor amigo se llama Jesús, a quien saluda todos los días antes de salir de su casa en la zona 3 para caminar hacia el centro y trabajar.
Sus papás fueron asesinados, por lo que ahora su abuelo cuida a todos los nietos y también sale a pedir limosna por las calles de la ciudad.
La escuela es un concepto ajeno que incluye las sumas y restas. Entonces, ¿Cómo le haces para vender tus dulces y dar el vuelto?. “No sé, la gente me ayuda”, contesta con cierta inocencia en su tono de voz.

Fotos:
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